FAREWELL, MY
LOVELY
(Robert Mitchum)
Te echas el sombrero hacia
atrás
y pones los pies sobre la mesa.
Sopesas el scotch sin mirarlo,
lo coges por el gollete de la
botella
y das un breve trago,
chascando la boca como si
doliera.
El alcohol te supedita a sus
curvas,
insinuantes dentro del vestido
ceñido
(azul-verdoso-pálido),
a sus cabellos tejidos en oro
y peinados lo justo, no
demasiado.
Te escuchas diciendo: Velma.
En un impulso, te levantas
tirando la silla a tus
espaldas.
No te agrada el guiño
sentimental.
Prendes un “Camel” y liberas el
humo por la nariz,
como le gusta a Marlowe
paladearlo,
e iluminas esa mirada cínica,
incrédula,
grosera,
enquistada fotograma tras
fotograma.
Pones cara de sed y vuelves a
la botella.
El desorden del cuarto
intima con una voluta de humo
que estalla en el plafón del
techo.
Debe ser madrugada.
Con los pasos titubeantes, te
acercas al catre.
Cuelgas la cartuchera en el
cabecero
y,
vestido, te dejas caer sobre el colchón.
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