Kabalcanty
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20/11/2012 - Alexander Vórtice
El albor se expande
quietamente cual curiosidad de recién nacido. La oscuridad no existe: lo que
llamamos oscuridad no es más que la luz que no llegamos a ver, el abrazo que
aún no hemos sentido, el átomo de paz que manosea nuestro rostro moderadamente
abatido. Anhelamos cielos que no alcanzaremos, codiciamos lo ajeno, lo que no
asumimos… Y al hacer esto, vamos sembrando una cerrazón que a secas nos colma
de rencor, un rencor con el que atormentamos a las personas que nos rodean a
diario. Al fin nos hemos dado cuenta de que la sociedad de consumo y/o de
bienestar que creíamos disfrutar no era más ni menos que un fraude mal
acicalado, una pretexto ocurrente para que unos pocos predilectos pudieran
chuparnos los tuétanos, las billeteras y el espejismo de una vida mejor (“más
vale un minuto de vida franca y sincera que cien años de hipocresía”). Pasan
los Gobiernos y la crisis se consolida cual lapa insolidaria. Corren los años y
la desigualdad se enquista en los alientos de los más desfavorecidos; mas, el
hombre honorable (“rara avis” en estos tiempos de sexualidad cibernética y de
consomés enlatados) no teme a la luz ni a la oscuridad, como verso agitador, no
se quiebra fácilmente ante las sinrazones o ante las injurias de los necios que
vagan por la Tierra en busca de presas fáciles para alimentar sus
engreimientos. Debo reconocer que hay días en que la luz se me va turbando a
causa de la contrariedad, y es en ese punto exacto de ahogo existencial cuando
me decido a entrar en Internet, y busco a mi buen poeta Manuel Jesús González
(Kabalcanty), que es de las pocas cosas buenas que me he podido encontrar en
una Red Social y que, aparte de ser una persona que conoce bien el oficio de
inclinar los sentimientos en pos de las letras, también es un hombre
agradecido, uno de esos tipos que casi ya no quedan. Desde su emblemático e
idílico Madrid (ciudad invivible pero insustituible) nos concede palabras
escritas con bálsamos de certidumbre, palabras que no agonizan ante lo mundano,
ya que ostentan garra y espíritu de reyerta continua: “Urgíamos pasajes para
vivir irrefrenables, un beso inacabable tentándonos la espalda, un grito al
unísono tatuando el cielo, pero las puertas se repetían cual días y sus goznes
chirriaban pesarosos, alejados de toda aquella luminosidad”… Y tras haber penetrado
en las huellas veraces de Kabalcanty (rapsoda cursado en el arte de procurar el
alivio lírico), resuelvo robustecer mi luz más íntima, y así procurar el
descaro de ser uno mismo, sabiendo que las luminiscencias discuten sobre lo que
realmente importa.
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