Embestía la bestia al viento:
su testuz erizando la tierra
y clamando resoplidos al cielo.
Sin enemigo, pateaba su ira
en la atonía del erial
como si su mal fuese la vida
o sus pezuñas bisagra de sus bufidos.
Escéptico el sol discurría
lontananzas
como infinitos tálamos sucesivos,
huracanados espejismos demoledores,
arrasadoras sequías insaciables.
Después, invariablemente, anochecía.
(Kabalcanty. 2012)
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