CITA
En la habitación el aire estaba viciado, pero nuestras
jarras de cerveza, sobre la mesa, una junto a la mano del otro, velaban nuestra
supervivencia como si nos hubiesen atado a un poste en el ojo de un tornado.
Ocasionalmente,
cuando dejábamos de beber, y después, cuando meditábamos sobre el trago,
hablábamos de naderías, de espantos galácticos o de futbolistas que nos
ocuparon hueco entonces.
Nuestras
ropas parecían distanciarnos, sin embargo conferimos una facultad al momento
que le fundía en una horizontalidad que al tiempo espejeaba y nos confundía en
lapsus que soportábamos.
Tal
vez deseábamos de verdad tenernos lejos, dejar que una voluntaria ignorancia
nos ataviara al gusto de la indolencia y que las posibles preguntas no
caminaran más allá de donde marcaba la alambrada de espinos.
Las
palabras se escurrían garganta abajo, todo para que nuestra boca, con los
labios apostados en nuestro cogote, se plasmara en una mueca que no nos
inquietara.
La
habitación, ahora que lo pienso, no sólo contenía impurezas: voces altisonantes
y un desacorde tintineo de platos rodeaban nuestras encorvadas figuras que
contemplaban la llovizna con la frivolidad de la segura sequedad.
Normalmente
nos íbamos a otro cuarto o paseábamos, mientras nuestras sombras volvían a casa
galopando, fatigadas del desánimo que le infundía la pereza de nuestras manos
cuando, a hurtadillas, las pellizcábamos para que mudaran de postura.
Al
fin, dándonos los parabienes por la nueva cita superada, nos desdibujábamos en
segundos como si un chasquido nos reclamara y se regodeara con fiereza, y
entonces, sólo entonces, cuando acudían las ganas de llorar, pero de llorar con
ímpetu, con desgarro, inconsolablemente, hincado de rodillas, golpeando un muro
inamovible y que con los nudillos de las manos laminara cielo y tierra como
cuchillas impiadosas.
Kabalcanty.copyright©
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