miércoles, 18 de julio de 2012

DUNA




DUNA


Una nube de polvo pálido
desdice la esperanza del horizonte.
Estás hincado de rodillas
esperando que el inopinado telón
vuelva a tornarse diáfano.
Tu mano aferra un libro
(¿acaso de páginas en blanco?)
de famélicos lomos ajados
que nombraron autor y titulo
y ahora se amansa abigarrada
una cicatriz de superpuestos sudores.
Se pausó la caricia del sol,
y la luna, en el celaje deseado,
que es torbellino de arenisca,
es un interrogante volátil.

Arrecia la tormenta furibunda.
Te pliegas sobre ti, sumiso,
aguijoneado por el mordaz picoteo
del vuelo de la tierra seca.
Besas la candente arena
y no son los labios de ella,
varada en el lienzo del horizonte,
los que reclaman tu beso.
Bebes oscuridad en tus ojos,
argamasa que tapiza tus párpados,
y escuchas un silbido monocorde
que te seduce en dejada quietud,
arropada por el hilo del sueño.
Apenas unos minutos más
para ser irreconocible duna.

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