viernes, 11 de noviembre de 2011

MORRIS, EL LISTO

-MORRIS, EL LISTO -


Con la roída bota de cuero apoyada en la nariz de proa, se recortaba su perfil aguileño en la noche. El lucero de su pendiente refulgía, mientras él imaginaba botines flotando en ese Caribe tan recorrido. Chascó la lengua maldiciendo por lo bajo la mala fortuna de las últimas semanas. Al darse la vuelta, da un resoplido iracundo cuando dice cagarse en todas las madres que parieron a todos los corsarios franceses. Adam, el barriga, al timón, apenas ha mantenido en él su mirada, disimula afanándose en las fantasmales sombras que siembran el rumbo.

La mayoría de la piratería duerme, doloridas las mandíbulas por esas infames galletas de pan que han tenido para la cena. Otros prefirieron el guiso de ratas con cuero y auscultaban sus tripas entre sueños como una carga plomiza. Corren malos días, sin galeones propicios para la visita, y hasta la quilla del bajel parece lamentarse de la fatalidad crujiendo horrores en ese mar en calma.

A la altura del trinquete se sacó el tricornio y se limpió la frente con la manga de su deslucida casaca; la humedad se adhiere a la piel como las lapas en Jamaica. Su curtido rostro rocoso resalta con sus ojos vivarachos, resueltamente jóvenes por esa ambición lejana que el manto de la niebla sólo le deja imaginar.

Salido de las sombras, se le fue acercando Morris "el listo". Portaba una garrafilla de ron, la cual ofreció al capitán sin más palabras. Bebieron en silencio, pasándose el recipiente repetidas veces. "El Listo" llevaba anudado en la cabeza un pañuelo y de su ajada casaca todavía colgaban un par de botones áureos con el escudo portugués. Una cicatriz le nacía del lóbulo de la oreja, en la que se inserta un aro, y le recorría parte del cuello. Observaba de soslayo, de vez en cuando, al capitán, mientras ambos contemplaban el discurrir del velero sobre la corteza neblinosa nocturna.

- "Listo", ¿qué mascan los hombres con esta situación?

El capitán le dedicó una mirada franca a Morris, su hombre de confianza, su mano derecha en la singladura del barco desde hacia años. Le había visto degollar a muchos hombres por el más mínimo gesto de insubordinación.

- Las lenguas andan sueltas jodidamente, capitán -contestó Morris, ciñéndose la faja por la que asoman la empuñadura de un par de dagas- La hambruna les enloquece y peor andan con el racionamiento del ron. Los más embalados se hacen peligrosos día a día, capitán.

- Volver a Caimán de vacío sería el fin.

- Podríamos adentrarnos en la ruta de los españoles.

Dijo "El listo", sopesando de medio lado la reacción del capitán.

- ¡Carajo, Listo, otra vez! Esas putas aguas están infectadas de corsarios ingleses, unos hijos de puta en la lucha; tú lo sabes tan bien como yo. Nos hundirían. Su rey les aprovisiona de las mejores armas. Están esquilmando a los galeones mercantes españoles y no dejarán que nadie les haga la competencia.

- Entonces esperemos pues.......

Advirtió Morris con un deje de ironía.

- Supongo que pronto saldrá algún galeón portugués, maldita sea. ¡A qué esperarán ese engendro de inútiles!

"El Listo" bebió otro trago de ron fijándose en la tibieza con que el viento acariciaba las velas. Ni siquiera en la cúspide del palo mayor la Jolly Roger se desplegaba, era un guiñapo oscuro amasado en la niebla.

El capitán echó a andar encasquetándose de nuevo el tricornio de fieltro. Su nerviosismo le tendría una noche más en vela.

"El Listo" dio un torrentoso silbido que sobresaltó a "El Barriga", que sesteaba sobre el timón. Le dedicó desde lejos la más punzante de sus miradas y el otro, más que viéndola verdaderamente la advirtió sobre la nuca, recompuso azarosamente su posición al tiempo que le temblaban las manos.

Morris siguió al capitán, con la garrafa en ristre, tras las huellas del desespero de su superior.

Las olas mansas chapoteaban contra el cascarón de la nave así como si surcaran aguas dulces. La noche los envolvía en jirones neblinosos que asemejaban animadas formas que se retorcían y estiraban en un ritual macabro. El resonar de los pasos de los piratas sobre la cubierta levantaba quejas lastimosas en la madera.

El capitán se detuvo sobre la barandilla de estribor y se aferró a uno de los obenques, perdido entre la inmensidad pálida y volátil que les rodeaba.

- Tiene que avistarse con la luz un galeón repleto hasta las asas, Listo. Tiene que verse, tiene que verse..........

El capitán decía con una pausa y tesitura que parecía el murmullo de un durmiente anclado en una pesadilla.

Morris "El Listo" esta vez si le escrutó detenidamente unos instantes. Luego reculó, le ganó la espalda y, tapándole la boca, le rebanó el cuello con precisión. Sostuvo con firmeza las sacudidas del cuerpo hasta que advirtió la flojedad. Lo tendió sobre el pretil de madera, no sin antes arrebatarle el alfanje, la pistola y el tricornio que se encasquetó tras sacudirlo un par de veces. Después tomó por los pies el cuerpo inerte del capitán y lo dejó caer a la mansedumbre de las aguas saladas.

- Cambiamos de rumbo, Barriga -gritó desde atrás con aplomo- Todo a babor y más despierto que una puta lechuza.

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