viernes, 11 de noviembre de 2011

UN EQUILIBRIO

- UN EQUILIBRIO -

Por entre las rendijas de las persianas vimos cómo apaleaban a los últimos y los metían a trompicones en el furgón. Teníamos la luz de la casa apagada y nuestras respiraciones se sofocaban al más mínimo volumen. Nuestro hijo pequeño, entre mi mujer y yo, había dejado de mirar hacia un rato. Se había sentado en el suelo y se restregaba los ojos de vez en cuando. Al poco, desde la calle, comenzaron a vociferar desde los megáfonos sugiriéndonos que apagásemos las luces, cerrásemos las ventanas y diéramos por concluido el día. Aunque era pronto, nos acostamos. Mi mujer arropó a los chicos y pronto se encontró conmigo en el lecho. Se juntó a mi lado y me dijo que tenía miedo, dentro de un sollozo contenido. La abracé en un vacío de palabras.

Ese mes, según la normativa, no me correspondía trabajar, lo hacíamos seis meses al año por lo que vivíamos con un escueto sueldo la mitad del año. Realmente era imposible mantenerse con eso, pero inmiscuirse en las protestas te colocaba en el lado de la indigencia, ya jamás serías contratable virtualidad.

Por eso me sobraban las palabras cuando alguien me confesaba su miedo. Era más aconsejable empeñarse en dormir y acallar en un abrazo cualquier conjunción de miedo.

- Hasta mañana.

Le susurré a mi mujer, besándole la frente.

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